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Muere Donald Sutherland, el más grande de los actores que nunca fue nominado al Oscar
Muere Donald Sutherland, el más grande de los actores que nunca fue nominado al Oscar

El intérprete canadiense participó en más de 200 películas desde 'Novecento' a 'Klute' pasando por 'Gente como uno', 'M*A*S*H*' o 'Los violentos de Kelly'

 

 

"No me merezco este premio. Pero tengo artritis y tampoco me la merezco, así que gracias". Pocos actores han hecho tanto por la promoción de los Oscar como el hombre que nunca fue nominado a los Oscar. En 2017, probablemente avergonzada, la Academia de Hollywood decidió entregarle una estatuilla honorífica y él, con el mejor de los estilos, decidió tomárselo con humor. De repente, lo que se antojaba un acto serio de desagravio se convirtió en la más depurada exhibición de gracia (y talento) del más olvidado y el más grande (en sentido literal y figurado) de todos. Invitado al estrado por Jennifer Lawrence, su colega de Los juegos del hambre, se acercó al micrófono y dijo lo de arriba y, agradecido, añadió: "Me encantaría invitarlos a mi funeral".

 

Dicho y hecho. El jueves moría a la edad de 88 años y, aunque no apareciera mención alguna en el escueto anuncio de su hijo Kiefer ("Con gran dolor les comunico que mi padre, Donald Sutherland, ha fallecido"), todo indica que la invitación sigue en pie. Aunque el obituario oficial se refiere a él como el más versátil de los actores, en realidad la definición que mejor alcanza al conjunto de su trabajo es la de corrección. O efectividad. O simplemente profesionalidad. Sutherland dio a cada uno de sus personajes la medida exacta de su descomunal talento; siempre por detrás (desde la sombra que da sentido) de cada una de sus creaciones, nunca por encima. Quizá por eso, Hollywood, solo con ojos para lo evidente, se olvidó con tanta tozudez de él.

 

Fue el más sutil y atinado de los intérpretes en Klute, del mejor Alan J. Pakula; fue el más divertido, histriónico y desmadrado en su caracterización de Benjamin 'Hawkeye' Pierce en M*A*S*H*, de Robert Altman, y supo encarnar el más turbio de los rostros del mal tanto en Novencento, de Bernardo Bertolucci, como en El ojo de la aguja, de Richard Marquand. En efecto, podía ser el más cruel de los fascistas o el más turbador de los espías con solo un movimiento del párpado. No le hacía falta más.

 

Sutherland padre nació en Saint-Jean de Nueva Brunswick, Canadá, el 17 de julio de 1934. Realizó estudios de ingeniería y se licenció en Derecho por la Universidad de Toronto por aquello de tener contentos a los padres. Su madre era profesora de matemáticas y su padre dirigía una compañía local de servicios. Mientras, a la vez y por su cuenta, decidió dar rienda suelta a la que era su vocación en el escenario. Acto seguido viajó a Londres y se matriculó en la Real Academia de Música y Arte Dramático.

 

Uno de sus primeros trabajos para el cine tras unos inicios complicados en el teatro fue en la delirante y muy olvidable cinta de terror El castillo de los muertos vivientes / Castle of the Living Dead (1964). Y así hasta que en 1967 fue fichado casi como relleno para Doce del patíbulo / The Dirty Dozen, de Robert Aldrich. Él formaba parte del grupo de seis intérpretes que no eran ya estrellas y cuya principal característica era residir en Inglaterra. Todo por no pagar más dietas de las debidas. Sin embargo, su personaje encarcelado por homosexual tardó lo que le llevó su primera aparición en convertirse en el objetivo de todas las miradas.

 

Casualidad, premonición o todo lo contrario, lo cierto es que tras ese primer papel destacado, encadenaría al menos dos más con atributos comunes. Los violentos de Kelly / El botín de los valientes / Kelly’s Heroes (1970), de Brian G. Hutton y con Clint Eastwood como referente, y M*A*S*H* (1970), la Palma de Oro de Altman, son dos películas tan bélicas como la que le dio fama y en todas ellas Sutherland hace gala de una desfachatez sin freno ni límite muy en sintonía con unos tiempos 'desfachatados'. Y sin frenos ni límites. Si en ese momento hubiera acabado su carrera, el recuerdo que tendríamos de él sería el del cómico más mordaz de los años 60. De hecho, a punto estuvo de acabar todo. Durante el rodaje de la última de las cintas citadas en la antigua Yugoslavia, sufrió una meningitis bacteriana en la espalda que le dejó en coma. "Pude escuchar al productor dictando un telegrama para mi mujer de entonces en la que le decían que no se moviera, que ya enviarían el cuerpo cuando me muriera", escribió en sus memorias.

 

Lo que vendría después fue un giro en su vida profesional en apariencia radical, pero que, en verdad, se antoja simplemente justo. Tras su aparición como Jesucristo en Johnny cogió su fusil / Johnny Got His Gun (1971), de Dalton Trumbo, llegaría lo que bien podría pasar por su confirmación. La definitiva. Su trabajo como lacónico detective en Klute / Mi pasado me condena a las órdenes del mejor Alan J. Pakula y con una descomunal Jane Fonda a su lado, refutaba todas y cada una de las definiciones que ya le acompañaban. Estamos en 1972. Todo el caos y la furia (atentos a la guerra abierta con Altman durante aquel rodaje) que jalonaba su incipiente biografía se transformaba en este preciso instante en humo. Acababa de nacer un clásico.

 

De aquí en adelante, la memoria de cualquier cinéfilo (o no tanto) atesora su propio Sutherland. Todos diferentes, todos memorables. Viajó a Italia y allí trabajó con Bertolucci en el díptico obrero de Novencento (1976) y con Fellini en la más rijosa y jovial de las caracterizaciones de Casanova (1976). Con John Schlesinger rodó Como plaga de langosta / The Day of the Locust (1975); con Nicolas Roeg, Amenaza en la sombra / Don’t Look Now (1973); con John Landis, Desmadre a la americana / Colegio de animales / National Lampoon’s Animal House (1978); con Philip Kaufman se atrevió al glorioso 'remake' de 'La invasión de los ultracuerpos / Los usurpadores de cuerpos / Invasion of the Body Snatcher (1978)...

 

Y así hasta llegar al siguiente gran hito de su incansable filmografía: su desempeño en Gente corriente / Gente como uno / Ordinary People, de Robert Redford, en 1980 devolvía al espectador la perfecta medida de un intérprete capaz de lo máximo con lo mínimo. El papel del padre devastado que lucha por devolver la cordura y el sentido a la inmensa pérdida de un hijo se antoja desde la distancia la más profunda clase de interpretación de la que jamás (o casi) ha sido capaz un actor. Que tampoco fuera entonces nominado al Oscar resulta no solo incompresible sino simplemente estúpido.

 

Los 80 no fueron exactamente un lapsus, pero se pareció bastante. Y en los 90 le vimos de todas las posturas posibles. Siempre exactamente igual a sí mismo y siempre distinto. Siempre Sutherland y siempre lo contrario. Esperpéntico cuando quiso y genial en el más estricto minimalismo cuando el director lo merecía. ¿Cómo olvidar su monólogo de 15 minutos en JFK (1991), de Oliver Stone?

 

En 2019, con 83 años recogía el Premio Donostia en San Sebastián y ahí explicaba por qué no se jubilaba: "No tengo mucho dinero, todavía tengo muchas bocas que alimentar, aunque sigo disfrutando mucho de este trabajo que me da libertad y me permite vivir vidas que nunca me habría atrevido a vivir". Donald Sutherland era padre de cinco hijos que le han hecho abuelo. Estuvo unido a Lois Hardwick (1959-1966), y después entre 1966 y 1970, a Shirley Douglas, hija de un notorio político canadiense, con la que tuvo dos hijos: Kieffer (actor) y Rachel. Divorciados en 1974, el actor se unió sentimentalmente en 1974 a la actriz Francine Racette, con la que tuvo a los también actores Rossif, Angus y Roeg.

 

"He conseguido llegar al cuarto de baño. Para la gente mayor con vejigas pequeñas sería maravilloso que los retretes estuviesen más cerca", dijo al recoger el Oscar de honor el hombre que nunca estuvo nominado. Genio y figura.