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HTTPS://ELPAIS.COM/ / Miquel Echarri / Lunes 03 de Junio
No hay dinero para David Lynch ni distribuidora para Francis Ford Coppola: Hollywood no es lugar para viejos
No hay dinero para David Lynch ni distribuidora para Francis Ford Coppola: Hollywood no es lugar para viejos

Netflix le niega un último proyecto al director de ‘Mulholland Drive’, John Waters sigue sin financiación para el suyo y Woody Allen se ha hartado de mendigar mientras, ‘Megalópolis’ aún busca quién la exhiba en EE UU

 

 

Billy Wilder falleció en 2002, pero se había retirado de la dirección un par de décadas antes, en 1981, a los 75 años. Sus problemas de corazón y su estilo de vida insalubre hicieron que ninguna compañía se mostrase dispuesta a concederle la póliza de seguro necesaria para seguir trabajando. Así que dedicó sus días de senectud a coleccionar arte, con el “entusiasmo bulímico” que no le dejaron volcar en el cine.

 

La generación del nuevo Hollywood, que revolucionó el séptimo arte allá por la década de 1970, no se ha encontrado con ese problema. Scorsese, Allen, Coppola, De Palma, Malick o Schrader disfrutan aún del raro privilegio de seguir haciendo películas a edades muy avanzadas. Alguno de ellos, si el imperativo biológico lo permite, podría batir el récord de longevidad creativa del portugués Manoel de Oliveira, que anunció que se tomaba un año sabático a los 101 años, tras el estreno de El extraño caso de Angélica (2010), y aún tuvo tiempo de empuñar de nuevo la claqueta y dirigir otro par de películas. El problema con el que se está encontrando la nueva hornada de septuagenarios y octogenarios de Hollywood es que su cine despierta, al parecer, un entusiasmo menguante tanto entre el público Z como entre los jerarcas del negocio.

 

Coppola ha sido el último en tropezar con obstáculos que podrían hacer que su carrera descarrilase. Megalópolis, su primera película en 13 años (desde el fracaso de Twixt, un Coppola desafinado y con sordina), tardó en encontrar distribuidora en Europa (en España será Tripictures, a finales de este año) y aún no la tiene en EE UU. De poco ha servido que el director de El Padrino invirtiese en ella los 120 millones de dólares que ha obtenido vendiendo gran parte de sus viñedos californianos. Autofinanciada y con un reparto estelar, tras 43 años de gestación intermitente, la película fue presentada en sociedad a finales de marzo en un pase privado para 300 personas, y dos meses más tarde, en el Festival de Cannes. En aquel pase cosechó aplausos corteses, pero nadie, ni Paramount ni Disney ni Netflix ni Warner ni Sony se ha mostrado dispuesto a apostar por ella.

 

En paralelo, a David Lynch, que tiene siete años menos que Coppola y suele considerarse de la generación inmediatamente posterior, se le acaban de cerrar las puertas de Netflix, que no invertirá ni un centavo en Snootworld, la ambiciosa película de animación del director de Terciopelo azul. De poco ha servido que Lynch enrolase en el proyecto a Caroline Thompson, guionista de clásicos del cine familiar como El joven manostijeras o El extraño mundo de Jack. El cuento de hadas al viejo estilo que está armando el ilusionista de Montana le suena a Netflix a rancia reliquia por la que no vale la pena jugarse los cuartos. El propio Lynch se ha mostrado dispuesto a dejar la dirección en manos de su hija Jennifer, autora de Boxing Helena o de diversos episodios de series como "American Horror Story". Lo que haga falta para que un proyecto que describe como “extravagante y loco” tenga una oportunidad.

 

Otro veterano en apuros es John Waters, el francotirador de la escatología y del (exquisito) mal gusto que escandalizó al mundo con perlas de estercolero como Pink Flamingos. Waters ha anunciado que cuenta con la actriz Aubrey Plaza (The White Lotus) para un nuevo proyecto, Liarmouth, para el que ya solo le falta lo principal: el dinero. Waters parte de su propia novela, publicada en 2022, para convertir en cine las caóticas aventuras de Marsha Sprinkle, ladrona de guante blanco, estafadora, reina de los disfraces. Una mujer “inteligente, desquiciada y no del todo en los cabales”, odiada por “perros y niños” y a la que “su propia familia quiere ver muerta”. El más ilustre generador de detrito cinematográfico tiene ya 78 años y lleva 20 sin dirigir una película. El crítico de cine Peter Debruge se pregunta en Variety a qué demonios espera Hollywood para prestarle a este hombre el dinero que necesita para seguir dando guerra, ahora que el cine necesita más que nunca “su indecencia y su falta de prejuicios”.

 

Incluso Woody Allen, autor, a sus 88 años, de 50 películas, declaraba a la revista Airmail que ya no descarta que la que estrenó hace unos meses, Golpe de suerte, acabe siendo la última. Asegura tener nuevos proyectos en la guantera, pero cada vez está menos dispuesto a “salir a buscar el dinero necesario para hacerlos realidad”. Le resulta un trámite embarazoso, cuando no humillante: “Si alguien me llama para hacerme una propuesta, estaré encantado de escucharla, pero ya no tengo edad para ir mendigando de puerta en puerta”. A Martin Scorsese (81 años), en cambio, parece irle mejor que nunca en el nuevo ecosistema de plataformas de contenido. El cineasta de Queens ha sabido venderse al mejor postor (El irlandés a Netflix, Los asesinos de la luna a Paramount y Apple TV+) y trabaja al saludable ritmo de una película cada tres o cuatro años desde el contundente relanzamiento de su carrera que supuso El lobo de Wall Street.

 

Scorsese ha encontrado en TikTok, plataforma a la que le asomó su hija Francesca, un atajo insólito para conectar con las nuevas generaciones. Su casting a Oscar, el perro actor al que presenta como legítimo heredero de De Niro y DiCaprio, es una obra maestra viral. Pero el suyo es un caso aislado. Para la mayoría de sus coetáneos, según se está demostrando, Hollywood no es país para viejos.